Desde siempre, el valor de un contenido se midió por la reputación de su fuente. Y si tenemos en cuenta que reputación es el nivel de estima o apreciación que la sociedad o grupos en los campos relacionados a la fuente tienen sobre la misma, se concluye que esta medida surge de la opinión y la recomendación, dos acciones íntimamente ligadas a las redes sociales.
Con los mass media y la llegada de Internet, el mundo conoció la sobreinformación… incluso la intoxicación informacional. Hoy, los datos brotan desde todos los rincones, el prosumer ha significado un escalón más en la revolución comunicativa. Esta realidad ha provocado que, en la actualidad, se torne un tanto difícil detectar el verdadero valor de un contenido, sobre todo si la fuente no nos resulta conocida en un océano de similitudes. Sin embargo, podemos contar con la ayuda de dos filtros:
- Las REDES SOCIALES abundan en recomendaciones de nuestros allegados, colegas y referentes en cuyos juicios confiamos. Si es bueno para ellos, también lo puede ser para nosotros.
- Los MOTORES DE BÚSQUEDA que no sólo han incorporado a sus algoritmos el nivel de actividad de las fuentes en las redes sociales (SMO, Social Media Optimizacion), sino que además, van evolucionando paulatinamente hacia una web 3.0 donde todas nuestras acciones pasadas y presentes conforman un extenso banco de datos que “definirá” nuestros gustos y preferencias futuras.
¿Qué es lo que se nos puede estar escapando en todo esto?
Que posiblemente nuestro mundo se reduzca a recomendaciones de lo que conocidos y máquinas creen que es mejor para nosotros. Los filtros -o gatekeepers- en la información han existido desde el principio de los tiempos, es cuestión de que cada uno de nosotros -más allá de la molesta sobreinformación-, no nos adormezcamos en la facilidad del filtro ajeno y empecemos a buscar aquellos contenidos también de valor fuera de la burbuja.
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